La verdad que, al salir a comer, podemos encontrarnos con diversas sorpresas. En este preciso momento, por ejemplo, estoy sentado, café de por medio, en un sitio que me ha sorprendido para bien.
Pero antes de relatar este momento placentero contaré una experiencia vivida hace un par de semanas. Y arranco con una pregunta: ¿cuál es la salida preferida para las parejas mayores de 35 años? Adivinaste: salir a comer.
Mi pareja y yo, juntos, pasamos el promedio de los 40 años (aunque por pudor no entraré en precisiones). La cuestión es que, junto con otra pareja también comprendida en ese maravilloso grupo de los mayores de 40, decidimos salir a comer.
El lugar elegido fue La Trattoria Tony, un sitio que todos queríamos conocer desde hacía bastante tiempo, pero al que nunca pudimos ir.
Llegamos puntualmente a la hora de la reserva y nos instalamos en un salón interno. Al haber muy poca gente, por ser temprano, la impresión fue muy buena: mesas amplias, sillas cómodas, buena disposición de espacios, linda ambientación, iluminación correcta y un excelente patio, también equipado con una buena cantidad de mesas y sillas.
Al entrar, un viejo conocido nos recibió (un mozo con largos años de experiencia en la movida gastronómica local), quien con deferencia nos atendió desde el primer momento. Las cartas llegaron prestas, una para cada comensal, al igual que una carta de vinos. Mientras avanzábamos en la lectura de la oferta de platos, el mozo nos iba contando ingredientes y procesos de cocción, demostrando su profesionalismo (sabe lo que la casa vende y lo ofrece sin dudar, lo que da al sitio un plus).
Sin embargo, las alarmas comenzaron a prenderse: algo me estaba molestando desde el primer momento en que ingresé, hasta que me di cuenta de que debíamos conversar alzando mucho la voz, porque la música estaba puesta en un volumen inconvenientemente alto.
Otro detalle extraño saltó a la vista al observar los precios de la carta. Estos resultan, cuando menos, incoherentes: las entradas y los postres son inusitadamente caros en comparación con los platos principales y los vinos.
Obviamos las entradas y decidimos pedir los platos de fondo y el vino (nos dejamos tentar por un Ventisquero Carmenere, a pedido de las damas). Mientras aguardábamos y el salón iba poblándose de comensales, descubrimos que en la panera había unas tristes rodajas de pan tipo francés, y nada más, por lo que el pasatiempo fue esperar que el vino se enfríe lo suficiente (llegó a una temperatura alta, por lo que tuvimos que pedir una champañera con hielo).
Lo mejor de la noche fue degustar los platos, que llegaron al tiempo a la mesa. Todos coincidimos en que estaban sabrosos. Yo opté por unos Spaghettis “Vecchia Signora”, que vienen acompañados de una salsa con crema de leche, pasas de uva, almendras, albahaca y algunas especias. Para mi gusto, el punto de cocción de la pasta estaba algo pasado (lamentablemente, no se cumplió con el concepto de “al dente”). Pero el sabor es insuperable. Las sensaciones que produce en el paladar la combinación de las especias con el dulzor de las pasas y el toque amargo de las almendras son muy diversas, todas bellas. En mi caso, recordé momentos que no viene al caso citar. Pero lo que sí hay que destacar es la buena mano del cocinero, porque su comida, además de ser bien presentada, es muy gustosa.
Un detalle a mejorar: los platos no fueron previamente calentados, por lo que la comida, que llegó caliente, rápidamente se enfrió.
Al terminar de comer observé que todas las mesas fueron ocupadas y los mozos estaban realmente atareados. Y fue entonces que esta experiencia se transformó en algo que de a poco perdía encanto: nuestro camarero nos desatendió totalmente para enfocar su atención a las mesas vecinas y tuvimos que recurrir a un compañero para llamar su atención. Los postres, repito, caros, no resultaron satisfactorios ni sabrosos (solamente se salvó el Tiramisú que pidió una de las damas).
Pedimos la cuenta: el precio final, con propina, orilló los G. 150.000 por cabeza. Y al salir advertí que el espacio que a priori me había parecido bien distribuido, en realidad no lo era tanto, ya que tuvimos que hacer que un par de personas muevan sus sillas para que podamos pasar entre las mesas para ir a la salida.
En el estacionamiento reparé que el sitio es bien amplio y que cuenta con seguridad.
La conclusión: La Trattoria Tony (santa Teresa casi Aviadores del chaco) es un sitio con altibajos al cual conviene ir los días de menor flujo de gente, para evitar los inconvenientes de falta de atención y poco espacio entre mesas. Por suerte, los platos de fondo son realmente gustosos y los vinos están a precios relativamente amigables. No pidan postre.
1811, para ir y repetir
Y bien, tal como escribí al principio, me encuentro cómodamente sentado en una cafetería que me había prometido conocer.
Se trata de 1811, café-bar ubicado Lillo caso Malutin. Llegué junto a mi pareja, gran cómplice de todas mis aventuras gastronómicas.
Y si el relato anterior tenía claroscuros, ahora solo tengo elogios para comunicar. A saber: amplio estacionamiento en un lugar de la ciudad donde es difícil ubicar el vehículo, bien surtida carta de cafetería e interesantes opciones de dulces y salados, excelente atención, salones grandes y cómodos, bella terraza e internet inalámbrico free (sin necesidad de contraseñas).
Ahora bien, particularmente opté por un capuchino y una torta de musse de chocolate. SK, mi compañera de siempre, pidió un café express y una torta tres leches.
¿Qué tal? Muy bien, realmente. Las tortas híper frescas y el café (Illy) en su punto justo de temperatura, aroma y sabor. ¿Todavía no fuiste? Andá, no te vas a arrepentir.
Ahora, pediré la cuenta y luego veré qué inventamos para cenar... Con semejante merienda, cualquier ensaladita puede, al final, caer como piedra al estómago.
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