(Artículo publicado en la HC Gourmet de octubre 2010)
Cuando salís a comer, ¿qué tal te va con los mozos? No, no tenés mala suerte, el servicio flojo se repite en muchos sitios. Profesionalizar a este sector sigue siendo tarea pendiente.
En la edición de HC Gourmet que salió en marzo del año pasado escribí sobre los buenos momentos gastronómicos que se transforman en malos por obra y gracia del mal servicio que se recibe luego de sentarnos a la mesa de un restaurante. En esa oportunidad me referí a una anécdota en particular, que ayudó como ejemplo para transmitir la idea.
Ahora no ahondaré en ese episodio en particular, ya que el restaurante en cuestión no solo renovó el plantel en su cocina, sino que además cambió la propuesta, para bien. Algo que es loable de todo punto de vista.
En esta oportunidad quisiera reflexionar acerca de algo que llama la atención a mucha gente que gusta de salir a conocer sitios e investigar propuestas gastronómicas, y que tiene que ver, precisamente, con la mala calidad de servicio que persiste en muchos restaurantes.
Es cierto, hay muy buenos profesionales trabajando en el medio. Sin embargo, el problema son los demás integrantes del gremio, quienes creen que son aptos para trabajar en un restaurante, cuando en realidad no podrían aprobar ni una materia del curso más pobre sobre el tema.
Y no me estoy refiriendo a la calidad de lo que sale de las cocinas. Se puede decir que lo que se sirve va mejorando. De hecho, en este aspecto hay mucho positivo que decir. Sin embargo, ahora hablo de los malos profesionales de la bandeja, esos que borran con el codo de sus uniformes todo lo bueno que se hace desde los fogones.
¿A qué viene todo esto? A que estoy cansado de que los mozos no sepan responder cosas básicas de una carta, que se olviden de lo que pido, que miren para otro lado cuando quiero solicitar algo más, que utilicen palabras rebuscadas tratando de mandarse la parte con algo del menú, que no pongan en la mesa la vajilla correcta aún cuando el restaurante está bien provisto en ese sentido, y así un largo etcétera.
Hablando de este tema con dueños de varios restós me enteré de lo difícil que es encontrar a personas idóneas, factor que no hace más que echar leña al fuego de mi ira. Es que pasan los años, los cocineros son cada vez más idóneos, las ofertas estéticas de los lugares va mejorando, pero la calidad profesional de los mozos no acompaña tales avances.
Y encima, algunos propietarios de los restaurantes dejan que desear también: muchas veces, el solo hecho de abrir una carta es sinónimo de risa por los errores de ortografía, sintaxis y gramática que se observan. Los ejemplos más patéticos son los nombres de platos y/o ingredientes, escritos en otros idiomas, y que obviamente generan carcajadas por lo mal escritos que están.
A esta altura del texto te estarás preguntando por qué no doy nombres concretos. Simple: el lector, por experiencia propia y de terceros, sabe muy bien dónde aprietan los zapatos en determinados lugares. En todo caso, al que le quepa el sayo, que se lo ponga. Y que mejore.
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