miércoles, 4 de agosto de 2010

Vinos argentinos versus chilenos

El nuevo clásico sudamericano se juega con una copa en la mano
Cerro u Olimpia. Los Rolling o Los Beatles. Rock o música clásica. Dulce o salado. Boca o River. Blanco o negro. Ejemplos claros de rivalidades absolutas. Se ama uno y se odia al otro. Sin términos medios. Pasionalmente.
Mirando el ámbito de los placeres gastronómicos se podrían sugerir también algunos antagonismos: fast food versus slow food, vinos del viejo mundo contra los del nuevo, vinos de Argentina versus los de Chile.
Las hamburguesas tienen su encanto, pero suman detractores acérrimos. Los maravillosos vinos europeos despiertan admiración, pero muchas veces pierden al lado de los excelentes vinos varietales americanos, australianos o de Nueva Zelanda. Lo mismo ocurre con los productos de los países que están unidos (o divididos) por la cordillera de los Andes.
A propósito de la rivalidad que ha nacido entre ambos vecinos, vale decir que a los dos lados de la gran cadena montañosa se elaboran vinos fantásticos. Y las opiniones están muy polarizadas: No existe un solo chileno de ley que no se jacte de la gran calidad de los vinos que se producen en su país. Y en Argentina ocurre lo mismo. Lo simpático es que, a la vez de alabar la producción propia, se menosprecia la del vecino.
Me tocó escuchar, en numerosos encuentros sociales, frases en uno u otro sentido lanzadas por interlocutores de los países en cuestión, paraguayos y de otros lados. “¡Ahhhhh! No hay caso, los vinos chilenos son mejores. No me vengan con esos juguitos argentinos”, oí cierta vez en una mesa. Y viceversa, claro.
Lo simpático es que no importa si estás en Paraguay, en Chile o en Argentina; los argumentos se repiten.
Hace poco, fui privilegiado testigo de una insólita discusión que casi termina a los puñetazos. Imaginá esta escena: En una bellísima quinta luqueña, un italiano grita a voz en cuello sobre la supremacía de los Malbec producidos nuestro vecino del sur, mientras que un brasileño, sin ruborizarse, denostaba los argumentos del rival y subrayaba las excelsas cualidades de los Cabernet Sauvignon y los Carmenère trasandinos. Como mínimo, una imagen digna de una película de Fellini.
Al final, el incidente no llegó a mayores, por suerte. Y todo se dirimió de forma salomónica: Con el descorche de un Marqués de Riscal tinto, un vino español que se merece un artículo entero él solo.
Particularmente, en este campo “uvícola” prefiero ser pragmático: no me siento un veleta si pruebo lo mejor de cada país. En definitiva, no hay diferencias entre los aromas y los sabores de los vinos de los vecinos. Como dije, son magníficos ambos.
¿En qué se diferencian? Por un lado, hay más cantidad de vinos premium chilenos que argentinos. Y también son más caros los productos de la costa oeste. En contrapartida, los vinos argentinos son más convenientes en cuanto a la relación entre precio y calidad.
En definitiva, anécdotas como la señalada más arriba no son más que una muestra de las pasiones casi futboleras que puede despertar una simple copa de vino. Al final, todo termina siendo una cuestión de gustos. Y como bien decían nuestras abuelas, sobre ese tema no hay nada escrito ni mucho menos definitivo.



(Este texto fue publicado por la revista HC Gourmet en octubre del 2008)

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